El territorio es también un paisaje: el lugar donde existo, pienso, trabajo, me contradigo. No puedo separarme de él; me atraviesa como el agua. El clima afecta mi cuerpo, eso cambios entre El Niño y La Niña provocan la posibilidad de intensos verdes de verano o en su contrario que la tierra se raje en grieta de seca. Los colores de la naturaleza me alimentan, rosa, celeste, lila, verde, amarillo, un intenso naranja algunas veces, me producen sensaciones dulces pero también ácidas y desagradables, siento el calor hasta marearme, hasta desear irme de aquí, pero de repente me encuentro enamorada de la brisa, la lluvia y el color de la primavera que me atrapa como una araña a su presa.
A veces me pregunto si son ellos, los colores, o lo impredecible del clima lo que me hace permanecer aquí, entonces me encuentro a mi misma como una chamana probando mis habilidades (basada en mis datos históricos estadísticos) para predecir. Cada día es una capa nueva sobre lo que ya existió. De construyo y construyo sin orden ni permiso. En esa acción se forman mis mapas emocionales, obras de arte, lienzo, rajadura, tejido, memoria y acción, una performance donde se conjuga todo lo que soy, la mujer de campo, la madre, la economista, la artista. En esta performance íntima acudo a mis archivos, me doy el derecho de rescatar, archivar y sanar, aferrándome a mi territorio como espacio de seguridad.
Entre el límite del alambrado y la bandera que se mueve al viento, encuentro mi libertad. Entonces me detengo, me autorizo a mirar más allá del alambrado, me encuentro de frente conmigo misma mirando desde afuera hacia adentro y me lanzo una pregunta: _¿Son los alambrados los que marcan tus límites, tu seguridad física y emocional o acaso son ellos los que te hacen permanecer aquí?
A veces me pregunto si son ellos, los colores, o lo impredecible del clima lo que me hace permanecer aquí, entonces me encuentro a mi misma como una chamana probando mis habilidades (basada en mis datos históricos estadísticos) para predecir. Cada día es una capa nueva sobre lo que ya existió. De construyo y construyo sin orden ni permiso. En esa acción se forman mis mapas emocionales, obras de arte, lienzo, rajadura, tejido, memoria y acción, una performance donde se conjuga todo lo que soy, la mujer de campo, la madre, la economista, la artista. En esta performance íntima acudo a mis archivos, me doy el derecho de rescatar, archivar y sanar, aferrándome a mi territorio como espacio de seguridad.
Entre el límite del alambrado y la bandera que se mueve al viento, encuentro mi libertad. Entonces me detengo, me autorizo a mirar más allá del alambrado, me encuentro de frente conmigo misma mirando desde afuera hacia adentro y me lanzo una pregunta: _¿Son los alambrados los que marcan tus límites, tu seguridad física y emocional o acaso son ellos los que te hacen permanecer aquí?
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bio
Marisa Bernotti (Montevideo, 1978) vive y trabaja en Dolores, una localidad rural de Uruguay. Es artista multidisciplinaria, madre y empresaria vinculada al sector agrícola. Su práctica se desarrolla en estrecha relación con el trabajo rural, la producción, los archivos y la vida comunitaria; integra la directiva de la Asociación Agro-Pecuaria de Dolores.
Utiliza fotografía, pintura, dibujo, performance, instalación y archivo, incorporando cuadernos, documentos familiares y agrícolas, registros administrativos y objetos del mundo productivo. Estos materiales operan como sistemas de información, evidencias y capas de sentido que articulan territorio, economía y experiencia.
Es Licenciada en Economía, Diseñador Gráfico y realizó residencias en BARAC (Alemania), Peoria Art Guild (EE. UU.) y la School of Visual Arts de Nueva York (SVA). Su obra integra colecciones públicas en Reino Unido, Estados Unidos y Uruguay, y ha sido exhibida en América, Europa y Oceanía.
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SOBRE LEAV
Calma fue la primera palabra que escribí al comenzar el LEAV. Calma, como un regalo que me hago a mí misma. En la resonancia con el grupo aparecen luces, sombras, espejos y una soledad compartida. Pero la calma no es quietud: es preparar el espacio para la acción, sostener una idea, aceptar que la obra habita en una misma. El grupo acompaña, se crea un espacio de seguridad y aprendizaje. Con Andrés como “pai”, revisamos nuestros amuletos: el laboratorio se vuelve ritual y, al sostener, nace un proyecto.